La Historia detrás del 1º Simposio.
Parte 1
Convertirse en profesional de salud requiere invertir un sinfín de recursos personales, familiares, sociales y, por supuesto, económicos. La motivación -al menos de una gran mayoría- es querer dedicarse a ayudar a otros en su proceso de enfermedad y guiarlo a recuperar la salud en su más amplia definición. Soportamos (al menos en mi caso) tener que aprender asignaturas científicas básicas complejas, para luego pasar a aquellas que creíamos tendrían más sentido con nuestros futuros pacientes. Durante años, nos llenamos de conocimientos impresionantes sobre el funcionamiento del cuerpo y sus complejas relaciones con el entorno, esperanzados en lo útiles y fascinantes que serían cuando nos tocara aplicarlos a una vida, una persona.
Hasta ahí todo era maravilloso. Las expectativas de lo que seríamos capaces de hacer justificaban todo el trabajo y esfuerzos. Sin embargo, con el tiempo fui dándome cuenta que la gran mayoría de lo que realmente iba a poder hacer con mis pacientes, lo había aprendido en los internados y en algunos cursos finales de la carrera. Al menos para mí, todo lo que me maravilló de las ciencias fundamentales que explicaban la “estructura y función del organismo humano”, en la práctica diaria se redujo a exámenes de sangre predeterminados, imagenología simple y farmacología universalizada, definidas bajo algoritmos diagnóstico-terapéuticos estandarizados. Y no es que sea malo, pero luego de algunos años buscando aplicar el estándar más alto disponible, me di cuenta que era insuficiente para ayudar a la persona que estaba delante de mí, particularmente aquella que arrastraba un listado interminable de diagnósticos y/o una bolsa repleta de fármacos. Quizás lográbamos que sus “números” mejoraran, pero no podíamos decir lo mismo de su calidad de vida.
Ahí fue cuando me pregunté si estaba cumpliendo el rol y la vocación que me impulsaron en primera instancia a hacer lo que estudié: ayudar a otros a recuperar su salud en su más amplia definición. La respuesta me desmoronó y me llevó al punto de sentir que estaba defraudando a quien no solo me estaba pagando una consulta, sino confiando uno de los tesoros de su vida, su bienestar.
La decisión siguiente fue compleja: ¿Podía seguir trabajando, haciendo algo en lo que ya no creía pero que me daba el sustento para vivir y pagar mis necesidades (entre ellos los créditos que me permitieron estudiar en primera instancia)? Por otro lado, en mi fuero interno sabía que, a pesar de todo, seguía encantado del propósito fundamental de la carrera que había elegido. Se sentía casi como una relación a distancia: no tenía dudas de que estaba enamorado, pero sabía que las condiciones actuales terminarían destruyendo ese amor. Ante una realidad como esa sólo queda tomar la decisión que parezca más sensata. En mi caso fue viajar a reencontrarse con ese amor y -gracias a Dios- el resultado fue descubrir la esencia de esa pasión, de la mano de la historia y trabajo de otros que también pasaron por lo mismo.
Transcurría el año 2017 y a pesar de mi renuencia inicial a las terapias Alternativas y Complementarias, decidí asistir al 1º Congreso Mundial de Medicina Alternativa y Complementaria (CAM) en Cartagena, Colombia. Fue un viaje lleno de vivencias especiales que me demostraron que la desmotivación y desánimo por la práctica médica convencional es un problema mundial y transversal a muchos profesionales de la salud. Comencé el viaje lleno de expectativas, pero con una mochila rebosante de prejuicios sobre la falta de rigurosidad científica que creí me encontraría. Mentiría si dijera que todo lo que vi me convenció científicamente hablando, pero al menos entendí que mi visión no tenía porqué ser la visión del resto. Eso abrió paso a una nueva convicción de “mantener una mente abierta” a lo que aún no tiene una traducción convincente a mi “configuración racional”. En otras palabras: que yo crea que algo no sirve no significa que no sirva, sino que según mi experiencia y conocimientos actuales no he logrado comprobar que sea útil para los casos con los que estoy familiarizado. Entender eso reforzó mis -bajos- niveles de humildad y me permitió comunicarme con otros, no para convencerme de sus convicciones, sino para no cerrarme a la posibilidad de que quizás ellos podían tener razón.
Las charlas durante los días del congreso realmente me dejaron impresionado. Decenas de tratamientos y disciplinas consideradas Complementarias y Alternativas, demostraban resultados no frecuentes de ver bajo el manejo convencional de salud. La información que estaba recibiendo era sorprendente, pero poco a poco comenzaba a parecerme abrumadora y difícil de aplicar una vez que estuviera de vuelta a mi realidad. Por otro lado pensar en estudiar medicina china, ayurveda, biorreguladora, homeopatía, acupuntura, terapia neural, entre muchas otras disciplinas interesantes que escuché, parecía una tarea interminable de llevar a cabo. Por otro lado, sabía que aunque pudiera aprender varias de ellas, me estaría equipando de grandes herramientas pero no necesariamente de un nuevo paradigma de cómo ser un médico más efectivo y mejor para mis pacientes. Me sentía como un carpintero novato en una feria de carpintería, buscando materiales para construir una mesa: pasillos llenos de expertos en tornillos, clavos, pegamentos, sierras, martillos, maderas y pinturas explicándome por qué era mejor su opción para armar mi mesa, pero nadie preguntándome qué tipo de mesa quería armar y si tenía claro el plano del proyecto que tenía adelante.
Llegué a sentirme como un niño en una montaña rusa: no sabía si reírme o llorar…
Continuará…